Dr.
Norbert-Bertrand Barbe
"A
las dos, los viajeros se apeaban en la estación de Odgen. El tren no debía
marchar hasta las seis. Mister Fogg, mistress Aouida y sus dos compañeros
tenían, por consiguiente, tiempo para ir a la Ciudad de los Santos, por un
pequeño ramal que se destaca de la estación de Odgen. Dos horas bastaban apenas
para visitar esa ciudad completamente americana, y como tal, construida por el
estilo de todas las ciudades de la Unión; vastos tableros de largas líneas
monótonas, con la tristeza lúgubre de los ángulos rectos, según la expresión de
Víctor Hugo. El fundador de la Ciudad de los Santos, no podía librarse de esa
necesidad de simetría que distingue a los anglosajones. En este singular país,
donde los hombres no están, ciertamente, a la altura de las instituciones, todo
se hace cuadrándose; las ciudades, las casas y las tolderías."
Jules Verne, La vuelta al mundo en ochenta días, "XXVII Donde Picaporte sigue, con una velocidad de veinte millas por
hora, un curso de historia mormónica"
1. De si hay arquitectura para
los pobres
Hay una ideología que se riega en
nuestro contexto: la que la arquitectura debe ser para los pobres.
Históricamente, es falso. Ninguna
arquitectura que se haya hecho para los pobres ha perdurado a través del
tiempo. Y esto tiene una explicación de la más sencilla: la arquitectura para
el pobre nunca fue hecha con materiales resistentes al paso del tiempo. El
pobre vive donde puede, a cómo puede.
Así los grandes edificios
representantes de la arquitectura internacional son templos e iglesias,
palacios, castillos, antiguos, sumerios, egipcios, micénicos, griegos, romanos,
medievales, o modernos. Los grandes almacenes, los bancos, los edificios
institucionales, tampoco dedicados a los pobres, salvo en eso de que entran en
ellos, con esposas alrededor de las manos o la miseria y el crédito sin pagar a
tuto, son las muestras de la arquitectura contemporánea.
Si bien la clase media y pobre que
tiene sus museos, parques naturales, y parques de diversión, supermercados,
centros comerciales y malls, etc.,
igualmente son instituciones donde uno puede pasar, pero no permanecer.
Así que la simple constatación
histórica, lo dijimos, nos desdice la idea que la arquitectura haya sido para
los pobres jamás.
Lo que, en sentido estético, por
ende de diseño, tiene consecuencia: al nunca haberse diseñado arquitectura para
pobres no hay modelo análogo. Pero también, o dicho de otra manera, más condundente,
ningún arquitecto nunca se ha dedicado a hacer arquitectura para los pobres.
Por ende, la arquitectura del pobre es, en su gran mayoría, según la definición
en la que, paradójicamente todos coincidimos, aunque muchos no sacan la
consecuencia lógica de esta premisa, y que expresa que no toda construcción es
una obra arquitectónica, ya que para que un edificio tenga valor arquitectónica
tiene que ofrecer y presentar une visión estética, es decir, formal, volvemos
entonces a decir, la arquitectura para los pobres, no es, en su gran mayoría,
arquitectura, sino sólo construcción. Si bien son parte del panorama urbano, no
podemos aducir que los hangares de los hipermercados, o que las chozas, y otras
minifaldas, sean arquitectura en sentido actual de la palabra. De hecho,
etimológicamente, la arquitectura no es otra cosa que construcción.
Además, la arquitectura para los
pobres, y consecutivamente a lo que acabamos de expresar, ha sido a menudo,
porque no tienen para pagar a un arquitecto, producto de ellos mismos. Por ahí
también, o tampoco, se desprende que no es arquitectura.
2. De si puede haber arquitectura
para los pobres
Evidentemente, decir que no hubo
arquitectura para los pobres, no sólo no es suficiente, sino que no quiere
decir que no pueda haber arquitectura para los pobres.
De hecho, tanto los urbanistas como
los pensadores socialistas (Fourier, Marx, Howard, Weber), han elaborado planes
para ciudades industriales, o cooperativas, para resolver el problema de la
miseria. A menudo estos modelos implican o se sustentan en la idea de la
autosostenibilidad posible.
A su vez, los arquitectos, algunos
por utopía, como Le Corbusier con la Cité
joyeuse, otros por las necesidades y urgencias de reorganización del tejido
urbano, como fue el caso en la Europa de los años 1970, para sustituir los
asentamientos genuinos por conjuntos de edificios formales con sus debidas
normas sanitarias y espaciales, se interesaron en la posibilidad (y/o
necesidad) de una arquitectura para los pobres.
Por otra parte, volviendo al tema
estético, es decir, de diseño, la arquitectura de los pobres es, a veces, parte
de la herencia arquitectónica nacional, pensamos por ejemplo a los mas (masías) y molinos provençaux, a
los que Daudet dedicó un libro entero, o a las longères del Suroeste francés. En general a las gentilhommières y otras edificaciones
pueblerinas de piedra típicas de cada región europea.
3. De cómo se piensa la
arquitectura para los pobres
Sin embargo, al pensar la
arquitectura para pobres, los arquitectos y los urbanistas, a semejanza de la
famosa frase del personaje principal, que es escritor misántropo y misógino de
exitosas novelas románticas, de Mejor...
Imposible (1997, James L. Brooks), cuando una admiradora le pregunta:
"¿Cómo consigue describir tan bien a
la mujer?", y que él contesta: "Pienso en un hombre y le quito la responsabilidad y la sensatez.",
le quitan todo lo que pudiera darle un significado, un sentido, un bienestar, o
cualquier cosa que le pudiera hacerse parecer a lo que llamamos comúnmente
arquitectura.
A nivel urbano, no es ya necesario
de hablar de las ciudades-dormitorios, focos de violencia urbana no sólo por
ser enclaves de pobreza extrema, sino porque padecen, por ello mismo de
hacinamiento, además de no tener ningún espacio de diversión masiva (parque,
centro deportivo, supermercado, etc.). El aburrimiento, la fealdad de los
edificios, muchas veces no mantenidos por las autoridades que, porque no pueden
entrar sin ser apaleadas, y porque además no les interesa esta inferior clase
de humanidad, la tristeza que producen, la ausencia de naturaleza circundante,
el apiñamiento humano, la pobreza que supura por todos los poros de estos
lugares, producen, o al menos favorecen, generan como buen abono para ello,
suicidios y pandillas.
Lo escribe muy bien Hundertwasser en
sus textos. En particular en "Los
von Loos" ("Perdido por
Loos" o "Manifiesto en pro de la alteración individual
de los edificios", 1968):
"Entro en una casa como un hombre libre, no
como esclavo. Sólo entonces puedo hacer cualquier otra cosa, como pintar, o
decir algo. Hay otra razón muy importante por la que elijo Viene para atacar
este abuso de cajas-prisiones, sobre todo porque soy austríaco. Por eso tengo
una obligación moral, porque desde Austria se lanzó este crimen arquitectónico
contra el mundo. Por tanto, las reparaciones deben proceder de Austria. El
astruíaco Adolf Loos trajo esta atrocidad al mundo. Fue en 1908 con su
ingenioso manifiesto titulado "Ornamentación y crimen". Lo hizo con
¡buena intención!....pero Adolf Loos fue incapaz de preveer lo que ocurría 50
años después. El mundo nunca se librará del demonio que Loos invocó.
Mi deber y el de todas las
personas de Austria es el de reconocer y combatir la catástrofe desencadenada
en este país hace setenta años. Cincuenta años más tarde exactamente, en 1958,
en Seckaum leí mi "Manifiesto del enmohecimiento contra el racionalismo en
la arquitectura". Ya Alemania se celebran continuos encuentros de
arquitectos con conciencia, para los que la responsalidad de lo que hacen es
una pesada carga. Pero no encuentran la solución. Sin embargo, he visto algunos
edificios nuevos que no eran un simple producto de tableros del delineante. Esa
es una bueña señal. Pero, es menos que sucifiente.
Volvamos a Loos. Es cierto que la
decoración manida al uso era una mentira. Pero no un crimen. No por quitar
aquella decoración las casas se volvieron más respetables. Loos tendría que
haber sustituido aquella estéril decoración por vegetación. Pero no ocurrió
así. El valoraba la línea recta, lo idéntico, lo liso. Ya tenemos lo liso. Todo
resuma lisura. Hasta Dios. Porque la línea recta es atea. La línea recta es la
única línea no creativa. La única línea que no se presenta ante el hombre como
la imagen de Dios. La línea recta es el verdadero instrumento del demonio.
Quien la utiliza, contribuye a la ruina de la humanidad.
¿Cómo será este fin? Ya hemos
tenido un anticipo de lo que puede ser: entre diez y veinte psiquiatras en cada
bloque de apartamento de Nueva York. Clínicas a rebosar, donde los enfermos no
pueden ponerse bien, porque también las clínicas están construidas al estilo de
Loos. Aumentan las enfermedades entre las personas encerradas en la esteril
monotonía de las casas en hilera. Aparecen todo tipo de erupciones, úlceras, cánceres
y muertes extrañas. Es imposible recuperarse en ese tipo de edificios. A pesar
de la psiquiatria y de la seguridad social. El número de suicidios en la
ciudades satelites van en aumento. Y los intentos de suicidio son incontrables.
Hay mujeres que no pueden salir durante el día como los hombres. Podríamos
pasar horas enumerando las miserias que empezaron con Loos. El nihilismo de los
internados se expresa en la disminución del deseo de trabajar y en el descenso
de la producción, lo cual pueden seguramente confirmar los psiquiatras y
estadistas. Porque la infelicidad se puede cuantificar también cifras y dinero.
Así, el daño causado por los métodos racionales de construcción sobrepasa con
mucho el ahorro aparente que se haya conseguido. Esto proporciona la prueba de
que los edificios racionales se vuelven criminales, si se dejan como son. Hoy
estoy en contra de la producción en serie como tal. Desgraciadamente, seguimos
necesitándola por ahotra. Pero dejar los objetos producidos en serie en el
estado en que llegan a nosotros, es un signo de descontento personal, la prueba
de que uno es esclavo.
¡Ayudemos a revocar las leyes
criminales que reprimen la libertad de construcción creativa! La gente ni
siquiera sabe todavía que tienen derecho a diseñar su propia ropa, su propia
vivienda, tanto por fuerza como por dentro. Ningún arquitecto ni cliente en
particular puede aceptar la responsabilidad de todo un bloque de apartamentos,
ni tampoco la de una sola casa destinada a varias familias. Esta responsibilidad
debe asignarse individualmente a cada residente, tanto si es arquitecto como si
no. Deben levantarse todas las restricciones impuestas por las autoridades de
inspección de edificios, por los contratos de arrendamiento, etc, que prohiban
o pongan las limitaciones a las mejoras individuales en una casa. De hecho, el
deber del estado es ofrecer ayuda financiera y apoyo a cualquier ciudadano que
desee hacer modificaciones en los muros exteriores o dentro de la casa. El
hombre tiene derecho a reclamar su epidermis arquitectónica. Con una condición:
no debe afectar ni a los vecinos de los que llevan a cabo modificaciones, ni a
la estabilidad de la casa. Pero, para esto tenemos técnicos expertos que pueden
calcular todo con precisión. Los inquilinos y los propietarios deben tener
opción a hacer mejorar en su casa. Sólo en el caso de que el siguiente
inquilino no acepte esas modificaciones, volverá el apartamento a su estado
original. Pero se puede afirmar, con una probablidad del 90 %, que las mejoras
individuales serán muy bien acogidas por el siguiente inquilino, pues tienen
como objetivo hacer más humano el apartamento. Si no se aprueba una ley que
autorice las modificaciones individuales en los edificios, la piscosis de
prisión de los residentes internos seguirá empeorando y la situación tendrá un
final fatal. Sólo hay dos opciones: la esclavitud absoluta o la rebelión contra
las limitaciones a la libertad personal."
A nivel arquitectónico, como lo
recuerda muy bien Hundertwasser, el postulado loosiano implica y trae sus
consecuencias.
Al llegar a los Estados Unidos en
1893 y frecuentar los círculos funcionalistas particularmente de la Escuela de
Chicago, Loos, impresionado, trae de regreso ideas absolutas ("Ornamento y Delito", 1908):
"Bien, la epidemia ornamental está reconocida
estatalmente y se subvenciona con dinero del Estado. Sin embargo, veo en ello
un retroceso. No puedo admitir la objeción de que el ornamento aumenta la
alegría de vivir de un hombre culto, no puedo admitir tampoco la que se disfraza
con estas palabras: «¡Pero cuándo el ornamento es bonito…!» A mí y a todos los
hombres cultos, el ornamento no nos aumenta la alegría de vivir. Si quiero
comer un trozo de alujú escojo uno que sea completamente liso y no uno que esté
recargado de ornamentos, que represente un corazón, un niño en mantillas o un
jinete. El hombre del siglo xv no me entendería; pero sí podrían hacerlo todos
los hombres modernos. El defensor del ornamento cree que mi impulso hacia la
sencillez equivale a una mortificación. ¡No, estimado señor profesor de la
Escuela de Artes Decorativas, no me mortifico! Lo prefiero así. Los platos de
siglos pasados, que presentan ornamentos con objeto de hacer aparecer más
apetitosos los pavos, faisanes y langostas a mí me producen el efecto contrario.
Voy con repugnancia a una exposición de arte culinario, sobre todo si pienso
que tendría que comer estos cadáveres de animales rellenos. Roastbeef.
El enorme daño y las
devastaciones que ocasiona el redespertar del ornamento en la evolución estética,
podrían olvidarse con facilidad ya que nadie, ni siquiera ninguna fuerza
estatal puede detener la evolución de la humanidad. Sólo es posible retrasaría.
Podemos esperar. Pero es un delito respecto a la economía del pueblo el que, a
través de ello, se pierda el trabajo, el dinero y el material humanos. El
tiempo no puede compensar estos daños.
El ritmo de la evolución cultural
sufre a causa de los rezagados. Yo quizá vivo en 1908; mi vecino, sin embargo,
hacia 1900; y el de más allá, en 1880. Es una desgracia para un Estado el que
la cultura de sus habitantes abarque un período de tiempo tan amplio. El
campesino de regiones apartadas vive en el siglo XIX. Y en la procesión de la
fiesta de jubileo tomaron parte gentes, que ya en la época de las grandes migraciones
de los pueblos se hubieran encontrado retrasadas. Feliz el país que no tenga
este tipo de rezagados y merodeadores. ¡Feliz América! Entre nosotros mismos
hay en las ciudades hombres que no son nada modernos, rezagados del siglo XVIII
que se horrorizan ante un cuadro con sombras violetas, porque aún no saben ver
el violeta. Les gusta el faisán si el cocinero se ha pasado todo un día para
prepararlo y la pitillera con ornamentos renacentistas les gusta mucho más que
la lisa. ¿Y qué pasa en el campo? Los vestidos y aderezos son de siglos
anteriores. El campesino no es cristiano, todavía es pagano.
Los rezagados retrasan la
evolución cultural de los pueblos y de la humanidad, ya que el ornamento no
está engendrado sólo por delincuentes, sino que comete un delito en tanto que
perjudica enormemente a los hombres atentando a la salud, al patrimonio
nacional y por eso a la evolución cultural. Cuando dos hombres viven cerca y
tienen unas mismas exigencias, las mismas pretensiones y los mismos ingresos,
pero no obstante pertenecen a distintas civilizaciones, se puede observar lo
siguiente, desde el punto de vista económico de un pueblo: el hombre del siglo
xx será cada vez más rico, el del siglo xviii cada vez más pobre. Supongamos
que los dos viven según sus inclinaciones. El hombre del siglo xx puede cubrir
sus exigencias con un capital mucho más pequeño y por ello puede ahorrar. La
verdura que le gusta está simplemente hervida en agua y condimentada con
mantequilla. Al otro hombre le gusta más cuando se le añade miel y nueces y
cuando sabe que otra persona ha pasado horas para cocinarla. Los platos
ornamentados son muy caros, mientras que la vajilla blanca que le gusta al
hombre es barata. Éste ahorra mientras que el otro se endeuda. Así ocurre con
naciones enteras. ¡Pobre del pueblo que se quede rezagado en la evolución
cultural! Los ingleses seran cada vez mas ricos y nosotros cada vez más pobres…
Sin embargo, es mucho mayor el
daño que padece el pueblo productor a causa del ornamento, ya que el ornamento
no es un producto natural de nuestra civilización, es decir, que representa un
retroceso o una degeneración; el trabajo del ornamentista ya no se paga como es
debido.
Es conocida la situación en los
oficios de talla y adorno, los sueldos criminalmente bajos que se pagan a las
bordadoras y encajeras. El ornamentista ha de trabajar veinte horas para lograr
los mismos ingresos de un obrero moderno que trabaje ocho horas. El ornamento
encarece, por regla general, el objeto; sin embargo, se da la paradoja de que una
pieza ornamentada con igual coste material que el de un objeto liso, y que
necesita el triple de horas de trabajo para su realización, cuando se vende, se
paga por el ornamentado la mitad que por el otro. La carencia de ornamento
tiene como consecuencia una reducción de las horas de trabajo y un aumento de
sueldo. El tallista chino trabaja dieciséis horas, el americano sólo ocho. Si
por una caja lisa se paga lo mismo que por otra ornamentada, la diferencia, en
cuanto a horas de trabajo, beneficia al obrero. Si no hubiera ningún tipo de
ornamento —situación que a lo mejor se dará dentro de miles de años— el hombre,
en vez de tener que trabajar ocho horas, podría trabajar sólo cuatro, ya que la
mitad del trabajo se va, aún hoy en día, en realizar ornamentos.
Ornamento es fuerza de trabajo
desperdiciada y por ello salud desperdiciada. Así fue siempre. Hoy significa,
además, material desperdiciado y ambas cosas significan capital desperdiciado.
Como el ornamento ya no pertenece
a nuestra civilización desde el punto de vista orgánico, tampoco es ya
expresión de ella. El ornamento que se crea en el presente ya no tiene ninguna
relación con nosotros ni con nada humano; es decir, no tiene relación alguna
con la actual ordenación del mundo. No es capaz de evolucionar. ¿Qué ha
sucedido con la ornamentación de Otto Eckmann, con la de Van de Velde? Siempre
estuvo el artista sano y vigoroso en las cumbres de la humanidad. El
ornamentista moderno es un retrasado o una aparición patológica. Reniega de sus
productos una vez transcurridos tres años. Las personas cultas los consideran
insoportables de inmediato; los otros, sólo se dan cuenta de esto al cabo de
años. ¿Dónde se hallan hoy las obras de Otto Eckmann? ¿Dónde estarán las obras
de Olbrich dentro de diez años? El ornamento moderno no tiene padres ni
descendientes, no tiene pasado ni futuro. Sólo es saludado con alegria por
personas incultas, para quienes la grandeza de nuestra época es un libro con
siete sellos, y, al cabo de un tiempo, reniegan de él.
En la actualidad, la humanidad es
más sana que antes; sólo están enfermos unos pocos. Estos pocos, sin embargo,
tiranizan al obrero, que está tan sano que no puede inventar ornamento alguno.
Le obligan a realizar, en diversos materiales, los ornamentos inventados por
ellos.
El cambio del ornamento trae como
consecuencia una pronta desvaloración del producto del trabajo. El tiempo del
trabajador, el material empleado, son capitales que se derrochan. He enunciado
la siguiente idea: La forma de un objeto debe ser tolerable el tiempo que dure
físicamente. Trataré de explicarlo: Un traje cambiará muchas más veces su forma
que una valiosa piel. El traje de baile creado para una sola noche, cambiará de
forma mucho más deprisa que un escritorio. Qué malo seria, sin embargo, si tuviera
que cambiarse el escritorio tan rápidamente como un traje de baile por el hecho
de que a alguien le pareciera su forma insoportable; entonces se perdería el
dinero gastado en ese escritorio.
Esto lo sabe bien el ornamentista
y los ornamentistas austríacos intentan resolver este problema. Dicen:
«Preferimos al consumidor que tiene un mobiliario que, pasados diez años, le
resulta inaguantable, y que, por ello, se ve obligado a adquirir muebles nuevos
cada década, al que se compra objetos sólo cuando ha de substituir los
gastados. La industria lo requiere. Millones de hombres tienen trabajo gracias
al cambio rápido». Parece que éste es el misterio de la economía nacional
austríaca; cuantas veces, al producirse un incendio, se oyen las palabras:
«¡Gracias a Dios, ahora la gente ya tendrá algo que hacer!» Propongo un buen
sistema: Se incendia una ciudad, se incendia un imperio, y entonces todo nada
en bienestar y en la abundancia. Que se fabriquen muebles que, al cabo de tres
años, puedan quemarse; que se hagan guarniciones que puedan ser fundidas al
cabo de cuatro años, ya que en las subastas no se logra ni la décima parte de
lo que costó la mano de obra y el material, y así nos haremos ricos y más
ricos.
La pérdida no sólo afecta a los
consumidores, sino, sobre todo, a los productores. Hoy en día, el ornamento, en
aquellas cosas que gracias a la evolución pueden privarse de él, significa
fuerza de trabajo desperdiciada y material profanado. Si todos los objetos
pudieran durar tanto desde el ángulo estético como desde el físico, el
consumidor podría pagar un precio que posibilitara que el trabajador ganara más
dinero y tuviera que trabajar menos. Por un objeto del cual esté seguro que voy
a utilizar y obtener el máximo rendimiento pago con gusto cuatro veces más que
por otro que tenga menos valor a causa de su forma o material. Por mis botas
pago gustoso 40 coronas, a pesar de que en otra tienda encontraría botas por 10
coronas. Pero, en aquellos oficios que languidecen bajo la tiranía de los
ornamentistas, no se valora el trabajo bueno o malo. El trabajo sufre a causa
de que nadie está dispuesto a pagar su verdadero valor.
Y esto no deja de estar bien así,
ya que tales objetos ornamentados sólo resultan tolerables en su ejecución más
mísera."
En fin, la idea de Loos es que el
ornamento es costoso al cliente y mal remunerado para el artesano.
Ahora bien, preguntémosnos: ¿qué
produjo el abandono del adorno en la arquitectura?
Por cierto, y vemos las pruebas en
la arquitectura de Speer, en Brasilia, o el París de Mitterand, asimismo que en
los museos Guggenheim alrededor del mundo, el poder no ha entendido nunca el
concepto de la economía. Sigue queriendo lucirse. Podemos, nosotros, pobres
humanos, vivir en arquitecturas sin significado ni belleza, el poder no. Pensamos
en las molduras y los estucos del palacio presidencial del Élysée en Francia.
Pero ¿ha bajado el costo de las
construcciones el abandono del adorno? No, al contrario ha aumentado el costo
de los materiales básicos, que se han vueltos la única fuente de ingreso de los
constructores.
¿Ha favorecido el negocio u la paga
del artesano? No, lo ha hecho desaparecer.
¿Ha mejorado la relación del hombre
con su medio? No, al contrario propició la creación de arquitecturas efímeras
que han afeado el cuerpo de nuestras ciudades y sus alrededores, haciendo de la
ciudad anterior, no tan desagradable, una acumulación de hangares de zinc
corrugado, y de rótulos mercantiles.
Además, por la ausencia de colores
en la ciudad, a promovido que los propios ciudadanos se pusieron a esprayar las
paredes, graffitándolas. Revelando así la necesidad humana de lo no recto, y de
lo adornado.
La comparación rápida entre la
arquitectura para el común de los mortales y para las instituciones nos revela,
a su vez, un fenómeno importante, que planteábamos ilustrándolo con la frase
del personaje fílmico de Mejor...
Imposible: la arquitectura para los pobres se ha pensado hasta la vez como
una arquitectura que debe ser de menor costo, y de mayor rapidez, es decir que,
paradójicamente, el pensamiento social
acerca de la arquitectura para pobres los
devuelve a su situación de pobreza, sin resolver nada, ya que los reubica en
lugares y situaciones, como lo vemos en Nicaragua con las Casas del Pueblo
(ubicadas en la zona más sísmica de la capital, el antiguo centro, destruido
por el terremoto de 1972), de hacinamiento y espacios reducidos, en casas de
materiales de rápido levantamiento, y mayor costo a largo plazo, ya que si una
pared de piedra sobrevivirá miles de años (a prueba Nínive), la de plycem
durará tal vez veinte. Es un hecho ya comprobado por los restauradores que la
arquitectura contemporánea es de menor duración que la tradicional, y cuesta
mucho más caro en su restauración.
Es además falsa la idea de que la
contemporaneidad - o "modernidad"
en sentido popular, y según la terminología de Loos - se defina por la ausencia
ornamental. Al contrario, de Arts & Crafts a la Bauhaus, pasando por la
tendencia Art Déco, lo contemporáneo se definió por bajar al gran público el
diseño de todos los objetos cotidianos.
4. El arte popular y sus
dialécticas: una extensión del problema de la arquitectura para los pobres
Pasa con la arquitectura para los
pobres entonces algo similar a lo que ocurre con el arte popular: lo vemos en
las tentativas de Ernesto Cardenal en Solentiname, y su empeño a que todos
fueran pintores o poetas. Por lo que, ¿de qué hablaron? De cosas casuales. ¿Qué
pintaron? Chocitas y naturaleza tropical, sin perspectiva, ni manejo de los
colores, de las proporciones, de la sombra, ni de ninguna instancia que pueda
hacer valer como válido su obra.
Visualmente, atraen a los nacionales
y a los turistas. Pero la concepción actual, muy floja de lo que es arte, nos
hace también gustar del mal llamado arte
de los niños (dado que no hay ninguna intención fuerte en la producciones
infantiles).
5. Conclusión: de si ser pobre es
una condición del Ser, o de porque ser pobre no es una condicionante absoluta
del Ser-en-Sí
Al enfocar al pobre en permanencia
desde su pobreza (hacer arquitectura para pobres, por ende con materiales
baratos) es seguir definiéndole como pobre, y considerarle desde este valor,
que no es uno (para retomar la metáfora de los cien táleros de Kant en Crítica de la Razón Pura - en el sentido
que la bondad o maldad de una persona, lo que es, no depende de su situación,
etnia, color, o religión, por pruebas las disputas eternas entre los pueblos
negros de África, y las persecuciones de cualquier religión existente,
incluyendo la atea, contra los que no creen en ella -), es continuar asumiendo
una visión limitada de la humanidad de las personas. Así, al afirmar la raza
cósmica, o la maldad del burgués, se continúa asumiendo que el individuo está
predeterminado por sus formas de existencia. Si bien, hasta cierto punto, es
cierto (será más fácil ser músico naciendo en una familia de músicos, que tocan
y con instrumentos alrededor), no es cierto al cien por ciento. Así, si el
burgués lo pierde todo, y si asumimos que es por esencia malo, ¿eso significa
que llegará a ser bueno al perder todo? Si el pobre es enteramente bueno porque
es pobre, ¿al llegar a un estado de bienestar, no perderá esta bondad?
¿Será cierto que los negros, por ser
negros, no pueden ser racistas? ¿O que los judíos no pueden segregar? Sabemos
(por los ejemplos de los Hutus y los Tutsis, como de la segregación contra los
palestinos y hasta contra las mujeres en Israel) que es falso. El ser humano no
se define por ser blanco u negro, rico u pobre, se define por su humanidad, su
construcción, individual, sus actos. No preexiste como esencia colectiva en el
ser individual: no exista La Mujer. Tampoco El Pobre o El No Occidental.
Así, la xenofobia, interno,
implícito, por ejemplo en la forma de contratación de las Universidades
públicas en Nicaragua, donde, por consecuencia de los años 1980, durante los
cuáles los llamados internacionalistas dirigían a menudo los Departementos, y
en reacción a esto, es hoy prohibido a cualquier extranjero, aún siendo
residente (y es ahí lo incorrecto) y profesor titular, presentarse para ser
electo a un puesto de autoridad.