martes, 8 de abril de 2014

















Arquitectura para los pobres

Dr. Norbert-Bertrand Barbe

"A las dos, los viajeros se apeaban en la estación de Odgen. El tren no debía marchar hasta las seis. Mister Fogg, mistress Aouida y sus dos compañeros tenían, por consiguiente, tiempo para ir a la Ciudad de los Santos, por un pequeño ramal que se destaca de la estación de Odgen. Dos horas bastaban apenas para visitar esa ciudad completamente americana, y como tal, construida por el estilo de todas las ciudades de la Unión; vastos tableros de largas líneas monótonas, con la tristeza lúgubre de los ángulos rectos, según la expresión de Víctor Hugo. El fundador de la Ciudad de los Santos, no podía librarse de esa necesidad de simetría que distingue a los anglosajones. En este singular país, donde los hombres no están, ciertamente, a la altura de las instituciones, todo se hace cuadrándose; las ciudades, las casas y las tolderías."
Jules Verne, La vuelta al mundo en ochenta días, "XXVII Donde Picaporte sigue, con una velocidad de veinte millas por hora, un curso de historia mormónica"

1. De si hay arquitectura para los pobres
            Hay una ideología que se riega en nuestro contexto: la que la arquitectura debe ser para los pobres.
            Históricamente, es falso. Ninguna arquitectura que se haya hecho para los pobres ha perdurado a través del tiempo. Y esto tiene una explicación de la más sencilla: la arquitectura para el pobre nunca fue hecha con materiales resistentes al paso del tiempo. El pobre vive donde puede, a cómo puede.
            Así los grandes edificios representantes de la arquitectura internacional son templos e iglesias, palacios, castillos, antiguos, sumerios, egipcios, micénicos, griegos, romanos, medievales, o modernos. Los grandes almacenes, los bancos, los edificios institucionales, tampoco dedicados a los pobres, salvo en eso de que entran en ellos, con esposas alrededor de las manos o la miseria y el crédito sin pagar a tuto, son las muestras de la arquitectura contemporánea.
            Si bien la clase media y pobre que tiene sus museos, parques naturales, y parques de diversión, supermercados, centros comerciales y malls, etc., igualmente son instituciones donde uno puede pasar, pero no permanecer.
            Así que la simple constatación histórica, lo dijimos, nos desdice la idea que la arquitectura haya sido para los pobres jamás.
            Lo que, en sentido estético, por ende de diseño, tiene consecuencia: al nunca haberse diseñado arquitectura para pobres no hay modelo análogo. Pero también, o dicho de otra manera, más condundente, ningún arquitecto nunca se ha dedicado a hacer arquitectura para los pobres. Por ende, la arquitectura del pobre es, en su gran mayoría, según la definición en la que, paradójicamente todos coincidimos, aunque muchos no sacan la consecuencia lógica de esta premisa, y que expresa que no toda construcción es una obra arquitectónica, ya que para que un edificio tenga valor arquitectónica tiene que ofrecer y presentar une visión estética, es decir, formal, volvemos entonces a decir, la arquitectura para los pobres, no es, en su gran mayoría, arquitectura, sino sólo construcción. Si bien son parte del panorama urbano, no podemos aducir que los hangares de los hipermercados, o que las chozas, y otras minifaldas, sean arquitectura en sentido actual de la palabra. De hecho, etimológicamente, la arquitectura no es otra cosa que construcción.
            Además, la arquitectura para los pobres, y consecutivamente a lo que acabamos de expresar, ha sido a menudo, porque no tienen para pagar a un arquitecto, producto de ellos mismos. Por ahí también, o tampoco, se desprende que no es arquitectura.

2. De si puede haber arquitectura para los pobres
            Evidentemente, decir que no hubo arquitectura para los pobres, no sólo no es suficiente, sino que no quiere decir que no pueda haber arquitectura para los pobres.
            De hecho, tanto los urbanistas como los pensadores socialistas (Fourier, Marx, Howard, Weber), han elaborado planes para ciudades industriales, o cooperativas, para resolver el problema de la miseria. A menudo estos modelos implican o se sustentan en la idea de la autosostenibilidad posible.
            A su vez, los arquitectos, algunos por utopía, como Le Corbusier con la Cité joyeuse, otros por las necesidades y urgencias de reorganización del tejido urbano, como fue el caso en la Europa de los años 1970, para sustituir los asentamientos genuinos por conjuntos de edificios formales con sus debidas normas sanitarias y espaciales, se interesaron en la posibilidad (y/o necesidad) de una arquitectura para los pobres.

            Por otra parte, volviendo al tema estético, es decir, de diseño, la arquitectura de los pobres es, a veces, parte de la herencia arquitectónica nacional, pensamos por ejemplo a los mas (masías) y molinos provençaux, a los que Daudet dedicó un libro entero, o a las longères del Suroeste francés. En general a las gentilhommières y otras edificaciones pueblerinas de piedra típicas de cada región europea.

3. De cómo se piensa la arquitectura para los pobres
            Sin embargo, al pensar la arquitectura para pobres, los arquitectos y los urbanistas, a semejanza de la famosa frase del personaje principal, que es escritor misántropo y misógino de exitosas novelas románticas, de Mejor... Imposible (1997, James L. Brooks), cuando una admiradora le pregunta: "¿Cómo consigue describir tan bien a la mujer?", y que él contesta: "Pienso en un hombre y le quito la responsabilidad y la sensatez.", le quitan todo lo que pudiera darle un significado, un sentido, un bienestar, o cualquier cosa que le pudiera hacerse parecer a lo que llamamos comúnmente arquitectura.
            A nivel urbano, no es ya necesario de hablar de las ciudades-dormitorios, focos de violencia urbana no sólo por ser enclaves de pobreza extrema, sino porque padecen, por ello mismo de hacinamiento, además de no tener ningún espacio de diversión masiva (parque, centro deportivo, supermercado, etc.). El aburrimiento, la fealdad de los edificios, muchas veces no mantenidos por las autoridades que, porque no pueden entrar sin ser apaleadas, y porque además no les interesa esta inferior clase de humanidad, la tristeza que producen, la ausencia de naturaleza circundante, el apiñamiento humano, la pobreza que supura por todos los poros de estos lugares, producen, o al menos favorecen, generan como buen abono para ello, suicidios y pandillas.
            Lo escribe muy bien Hundertwasser en sus textos. En particular en "Los von Loos" ("Perdido por Loos" o "Manifiesto en pro de la alteración individual de los edificios", 1968):

"Entro en una casa como un hombre libre, no como esclavo. Sólo entonces puedo hacer cualquier otra cosa, como pintar, o decir algo. Hay otra razón muy importante por la que elijo Viene para atacar este abuso de cajas-prisiones, sobre todo porque soy austríaco. Por eso tengo una obligación moral, porque desde Austria se lanzó este crimen arquitectónico contra el mundo. Por tanto, las reparaciones deben proceder de Austria. El astruíaco Adolf Loos trajo esta atrocidad al mundo. Fue en 1908 con su ingenioso manifiesto titulado "Ornamentación y crimen". Lo hizo con ¡buena intención!....pero Adolf Loos fue incapaz de preveer lo que ocurría 50 años después. El mundo nunca se librará del demonio que Loos invocó.
Mi deber y el de todas las personas de Austria es el de reconocer y combatir la catástrofe desencadenada en este país hace setenta años. Cincuenta años más tarde exactamente, en 1958, en Seckaum leí mi "Manifiesto del enmohecimiento contra el racionalismo en la arquitectura". Ya Alemania se celebran continuos encuentros de arquitectos con conciencia, para los que la responsalidad de lo que hacen es una pesada carga. Pero no encuentran la solución. Sin embargo, he visto algunos edificios nuevos que no eran un simple producto de tableros del delineante. Esa es una bueña señal. Pero, es menos que sucifiente.
Volvamos a Loos. Es cierto que la decoración manida al uso era una mentira. Pero no un crimen. No por quitar aquella decoración las casas se volvieron más respetables. Loos tendría que haber sustituido aquella estéril decoración por vegetación. Pero no ocurrió así. El valoraba la línea recta, lo idéntico, lo liso. Ya tenemos lo liso. Todo resuma lisura. Hasta Dios. Porque la línea recta es atea. La línea recta es la única línea no creativa. La única línea que no se presenta ante el hombre como la imagen de Dios. La línea recta es el verdadero instrumento del demonio. Quien la utiliza, contribuye a la ruina de la humanidad.
¿Cómo será este fin? Ya hemos tenido un anticipo de lo que puede ser: entre diez y veinte psiquiatras en cada bloque de apartamento de Nueva York. Clínicas a rebosar, donde los enfermos no pueden ponerse bien, porque también las clínicas están construidas al estilo de Loos. Aumentan las enfermedades entre las personas encerradas en la esteril monotonía de las casas en hilera. Aparecen todo tipo de erupciones, úlceras, cánceres y muertes extrañas. Es imposible recuperarse en ese tipo de edificios. A pesar de la psiquiatria y de la seguridad social. El número de suicidios en la ciudades satelites van en aumento. Y los intentos de suicidio son incontrables. Hay mujeres que no pueden salir durante el día como los hombres. Podríamos pasar horas enumerando las miserias que empezaron con Loos. El nihilismo de los internados se expresa en la disminución del deseo de trabajar y en el descenso de la producción, lo cual pueden seguramente confirmar los psiquiatras y estadistas. Porque la infelicidad se puede cuantificar también cifras y dinero. Así, el daño causado por los métodos racionales de construcción sobrepasa con mucho el ahorro aparente que se haya conseguido. Esto proporciona la prueba de que los edificios racionales se vuelven criminales, si se dejan como son. Hoy estoy en contra de la producción en serie como tal. Desgraciadamente, seguimos necesitándola por ahotra. Pero dejar los objetos producidos en serie en el estado en que llegan a nosotros, es un signo de descontento personal, la prueba de que uno es esclavo.
¡Ayudemos a revocar las leyes criminales que reprimen la libertad de construcción creativa! La gente ni siquiera sabe todavía que tienen derecho a diseñar su propia ropa, su propia vivienda, tanto por fuerza como por dentro. Ningún arquitecto ni cliente en particular puede aceptar la responsabilidad de todo un bloque de apartamentos, ni tampoco la de una sola casa destinada a varias familias. Esta responsibilidad debe asignarse individualmente a cada residente, tanto si es arquitecto como si no. Deben levantarse todas las restricciones impuestas por las autoridades de inspección de edificios, por los contratos de arrendamiento, etc, que prohiban o pongan las limitaciones a las mejoras individuales en una casa. De hecho, el deber del estado es ofrecer ayuda financiera y apoyo a cualquier ciudadano que desee hacer modificaciones en los muros exteriores o dentro de la casa. El hombre tiene derecho a reclamar su epidermis arquitectónica. Con una condición: no debe afectar ni a los vecinos de los que llevan a cabo modificaciones, ni a la estabilidad de la casa. Pero, para esto tenemos técnicos expertos que pueden calcular todo con precisión. Los inquilinos y los propietarios deben tener opción a hacer mejorar en su casa. Sólo en el caso de que el siguiente inquilino no acepte esas modificaciones, volverá el apartamento a su estado original. Pero se puede afirmar, con una probablidad del 90 %, que las mejoras individuales serán muy bien acogidas por el siguiente inquilino, pues tienen como objetivo hacer más humano el apartamento. Si no se aprueba una ley que autorice las modificaciones individuales en los edificios, la piscosis de prisión de los residentes internos seguirá empeorando y la situación tendrá un final fatal. Sólo hay dos opciones: la esclavitud absoluta o la rebelión contra las limitaciones a la libertad personal."
           
            A nivel arquitectónico, como lo recuerda muy bien Hundertwasser, el postulado loosiano implica y trae sus consecuencias.
            Al llegar a los Estados Unidos en 1893 y frecuentar los círculos funcionalistas particularmente de la Escuela de Chicago, Loos, impresionado, trae de regreso ideas absolutas ("Ornamento y Delito", 1908):

"Bien, la epidemia ornamental está reconocida estatalmente y se subvenciona con dinero del Estado. Sin embargo, veo en ello un retroceso. No puedo admitir la objeción de que el ornamento aumenta la alegría de vivir de un hombre culto, no puedo admitir tampoco la que se disfraza con estas palabras: «¡Pero cuándo el ornamento es bonito…!» A mí y a todos los hombres cultos, el ornamento no nos aumenta la alegría de vivir. Si quiero comer un trozo de alujú escojo uno que sea completamente liso y no uno que esté recargado de ornamentos, que represente un corazón, un niño en mantillas o un jinete. El hombre del siglo xv no me entendería; pero sí podrían hacerlo todos los hombres modernos. El defensor del ornamento cree que mi impulso hacia la sencillez equivale a una mortificación. ¡No, estimado señor profesor de la Escuela de Artes Decorativas, no me mortifico! Lo prefiero así. Los platos de siglos pasados, que presentan ornamentos con objeto de hacer aparecer más apetitosos los pavos, faisanes y langostas a mí me producen el efecto contrario. Voy con repugnancia a una exposición de arte culinario, sobre todo si pienso que tendría que comer estos cadáveres de animales rellenos. Roastbeef.
El enorme daño y las devastaciones que ocasiona el redespertar del ornamento en la evolución estética, podrían olvidarse con facilidad ya que nadie, ni siquiera ninguna fuerza estatal puede detener la evolución de la humanidad. Sólo es posible retrasaría. Podemos esperar. Pero es un delito respecto a la economía del pueblo el que, a través de ello, se pierda el trabajo, el dinero y el material humanos. El tiempo no puede compensar estos daños.
El ritmo de la evolución cultural sufre a causa de los rezagados. Yo quizá vivo en 1908; mi vecino, sin embargo, hacia 1900; y el de más allá, en 1880. Es una desgracia para un Estado el que la cultura de sus habitantes abarque un período de tiempo tan amplio. El campesino de regiones apartadas vive en el siglo XIX. Y en la procesión de la fiesta de jubileo tomaron parte gentes, que ya en la época de las grandes migraciones de los pueblos se hubieran encontrado retrasadas. Feliz el país que no tenga este tipo de rezagados y merodeadores. ¡Feliz América! Entre nosotros mismos hay en las ciudades hombres que no son nada modernos, rezagados del siglo XVIII que se horrorizan ante un cuadro con sombras violetas, porque aún no saben ver el violeta. Les gusta el faisán si el cocinero se ha pasado todo un día para prepararlo y la pitillera con ornamentos renacentistas les gusta mucho más que la lisa. ¿Y qué pasa en el campo? Los vestidos y aderezos son de siglos anteriores. El campesino no es cristiano, todavía es pagano.
Los rezagados retrasan la evolución cultural de los pueblos y de la humanidad, ya que el ornamento no está engendrado sólo por delincuentes, sino que comete un delito en tanto que perjudica enormemente a los hombres atentando a la salud, al patrimonio nacional y por eso a la evolución cultural. Cuando dos hombres viven cerca y tienen unas mismas exigencias, las mismas pretensiones y los mismos ingresos, pero no obstante pertenecen a distintas civilizaciones, se puede observar lo siguiente, desde el punto de vista económico de un pueblo: el hombre del siglo xx será cada vez más rico, el del siglo xviii cada vez más pobre. Supongamos que los dos viven según sus inclinaciones. El hombre del siglo xx puede cubrir sus exigencias con un capital mucho más pequeño y por ello puede ahorrar. La verdura que le gusta está simplemente hervida en agua y condimentada con mantequilla. Al otro hombre le gusta más cuando se le añade miel y nueces y cuando sabe que otra persona ha pasado horas para cocinarla. Los platos ornamentados son muy caros, mientras que la vajilla blanca que le gusta al hombre es barata. Éste ahorra mientras que el otro se endeuda. Así ocurre con naciones enteras. ¡Pobre del pueblo que se quede rezagado en la evolución cultural! Los ingleses seran cada vez mas ricos y nosotros cada vez más pobres…
Sin embargo, es mucho mayor el daño que padece el pueblo productor a causa del ornamento, ya que el ornamento no es un producto natural de nuestra civilización, es decir, que representa un retroceso o una degeneración; el trabajo del ornamentista ya no se paga como es debido.
Es conocida la situación en los oficios de talla y adorno, los sueldos criminalmente bajos que se pagan a las bordadoras y encajeras. El ornamentista ha de trabajar veinte horas para lograr los mismos ingresos de un obrero moderno que trabaje ocho horas. El ornamento encarece, por regla general, el objeto; sin embargo, se da la paradoja de que una pieza ornamentada con igual coste material que el de un objeto liso, y que necesita el triple de horas de trabajo para su realización, cuando se vende, se paga por el ornamentado la mitad que por el otro. La carencia de ornamento tiene como consecuencia una reducción de las horas de trabajo y un aumento de sueldo. El tallista chino trabaja dieciséis horas, el americano sólo ocho. Si por una caja lisa se paga lo mismo que por otra ornamentada, la diferencia, en cuanto a horas de trabajo, beneficia al obrero. Si no hubiera ningún tipo de ornamento —situación que a lo mejor se dará dentro de miles de años— el hombre, en vez de tener que trabajar ocho horas, podría trabajar sólo cuatro, ya que la mitad del trabajo se va, aún hoy en día, en realizar ornamentos.
Ornamento es fuerza de trabajo desperdiciada y por ello salud desperdiciada. Así fue siempre. Hoy significa, además, material desperdiciado y ambas cosas significan capital desperdiciado.
Como el ornamento ya no pertenece a nuestra civilización desde el punto de vista orgánico, tampoco es ya expresión de ella. El ornamento que se crea en el presente ya no tiene ninguna relación con nosotros ni con nada humano; es decir, no tiene relación alguna con la actual ordenación del mundo. No es capaz de evolucionar. ¿Qué ha sucedido con la ornamentación de Otto Eckmann, con la de Van de Velde? Siempre estuvo el artista sano y vigoroso en las cumbres de la humanidad. El ornamentista moderno es un retrasado o una aparición patológica. Reniega de sus productos una vez transcurridos tres años. Las personas cultas los consideran insoportables de inmediato; los otros, sólo se dan cuenta de esto al cabo de años. ¿Dónde se hallan hoy las obras de Otto Eckmann? ¿Dónde estarán las obras de Olbrich dentro de diez años? El ornamento moderno no tiene padres ni descendientes, no tiene pasado ni futuro. Sólo es saludado con alegria por personas incultas, para quienes la grandeza de nuestra época es un libro con siete sellos, y, al cabo de un tiempo, reniegan de él.
En la actualidad, la humanidad es más sana que antes; sólo están enfermos unos pocos. Estos pocos, sin embargo, tiranizan al obrero, que está tan sano que no puede inventar ornamento alguno. Le obligan a realizar, en diversos materiales, los ornamentos inventados por ellos.
El cambio del ornamento trae como consecuencia una pronta desvaloración del producto del trabajo. El tiempo del trabajador, el material empleado, son capitales que se derrochan. He enunciado la siguiente idea: La forma de un objeto debe ser tolerable el tiempo que dure físicamente. Trataré de explicarlo: Un traje cambiará muchas más veces su forma que una valiosa piel. El traje de baile creado para una sola noche, cambiará de forma mucho más deprisa que un escritorio. Qué malo seria, sin embargo, si tuviera que cambiarse el escritorio tan rápidamente como un traje de baile por el hecho de que a alguien le pareciera su forma insoportable; entonces se perdería el dinero gastado en ese escritorio.
Esto lo sabe bien el ornamentista y los ornamentistas austríacos intentan resolver este problema. Dicen: «Preferimos al consumidor que tiene un mobiliario que, pasados diez años, le resulta inaguantable, y que, por ello, se ve obligado a adquirir muebles nuevos cada década, al que se compra objetos sólo cuando ha de substituir los gastados. La industria lo requiere. Millones de hombres tienen trabajo gracias al cambio rápido». Parece que éste es el misterio de la economía nacional austríaca; cuantas veces, al producirse un incendio, se oyen las palabras: «¡Gracias a Dios, ahora la gente ya tendrá algo que hacer!» Propongo un buen sistema: Se incendia una ciudad, se incendia un imperio, y entonces todo nada en bienestar y en la abundancia. Que se fabriquen muebles que, al cabo de tres años, puedan quemarse; que se hagan guarniciones que puedan ser fundidas al cabo de cuatro años, ya que en las subastas no se logra ni la décima parte de lo que costó la mano de obra y el material, y así nos haremos ricos y más ricos.
La pérdida no sólo afecta a los consumidores, sino, sobre todo, a los productores. Hoy en día, el ornamento, en aquellas cosas que gracias a la evolución pueden privarse de él, significa fuerza de trabajo desperdiciada y material profanado. Si todos los objetos pudieran durar tanto desde el ángulo estético como desde el físico, el consumidor podría pagar un precio que posibilitara que el trabajador ganara más dinero y tuviera que trabajar menos. Por un objeto del cual esté seguro que voy a utilizar y obtener el máximo rendimiento pago con gusto cuatro veces más que por otro que tenga menos valor a causa de su forma o material. Por mis botas pago gustoso 40 coronas, a pesar de que en otra tienda encontraría botas por 10 coronas. Pero, en aquellos oficios que languidecen bajo la tiranía de los ornamentistas, no se valora el trabajo bueno o malo. El trabajo sufre a causa de que nadie está dispuesto a pagar su verdadero valor.
Y esto no deja de estar bien así, ya que tales objetos ornamentados sólo resultan tolerables en su ejecución más mísera."

            En fin, la idea de Loos es que el ornamento es costoso al cliente y mal remunerado para el artesano.
            Ahora bien, preguntémosnos: ¿qué produjo el abandono del adorno en la arquitectura?
            Por cierto, y vemos las pruebas en la arquitectura de Speer, en Brasilia, o el París de Mitterand, asimismo que en los museos Guggenheim alrededor del mundo, el poder no ha entendido nunca el concepto de la economía. Sigue queriendo lucirse. Podemos, nosotros, pobres humanos, vivir en arquitecturas sin significado ni belleza, el poder no. Pensamos en las molduras y los estucos del palacio presidencial del Élysée en Francia.
            Pero ¿ha bajado el costo de las construcciones el abandono del adorno? No, al contrario ha aumentado el costo de los materiales básicos, que se han vueltos la única fuente de ingreso de los constructores.
            ¿Ha favorecido el negocio u la paga del artesano? No, lo ha hecho desaparecer.
            ¿Ha mejorado la relación del hombre con su medio? No, al contrario propició la creación de arquitecturas efímeras que han afeado el cuerpo de nuestras ciudades y sus alrededores, haciendo de la ciudad anterior, no tan desagradable, una acumulación de hangares de zinc corrugado, y de rótulos mercantiles.
            Además, por la ausencia de colores en la ciudad, a promovido que los propios ciudadanos se pusieron a esprayar las paredes, graffitándolas. Revelando así la necesidad humana de lo no recto, y de lo adornado.
           
            La comparación rápida entre la arquitectura para el común de los mortales y para las instituciones nos revela, a su vez, un fenómeno importante, que planteábamos ilustrándolo con la frase del personaje fílmico de Mejor... Imposible: la arquitectura para los pobres se ha pensado hasta la vez como una arquitectura que debe ser de menor costo, y de mayor rapidez, es decir que, paradójicamente, el pensamiento social acerca de la arquitectura para pobres los devuelve a su situación de pobreza, sin resolver nada, ya que los reubica en lugares y situaciones, como lo vemos en Nicaragua con las Casas del Pueblo (ubicadas en la zona más sísmica de la capital, el antiguo centro, destruido por el terremoto de 1972), de hacinamiento y espacios reducidos, en casas de materiales de rápido levantamiento, y mayor costo a largo plazo, ya que si una pared de piedra sobrevivirá miles de años (a prueba Nínive), la de plycem durará tal vez veinte. Es un hecho ya comprobado por los restauradores que la arquitectura contemporánea es de menor duración que la tradicional, y cuesta mucho más caro en su restauración.

            Es además falsa la idea de que la contemporaneidad - o "modernidad" en sentido popular, y según la terminología de Loos - se defina por la ausencia ornamental. Al contrario, de Arts & Crafts a la Bauhaus, pasando por la tendencia Art Déco, lo contemporáneo se definió por bajar al gran público el diseño de todos los objetos cotidianos.

4. El arte popular y sus dialécticas: una extensión del problema de la arquitectura para los pobres
            Pasa con la arquitectura para los pobres entonces algo similar a lo que ocurre con el arte popular: lo vemos en las tentativas de Ernesto Cardenal en Solentiname, y su empeño a que todos fueran pintores o poetas. Por lo que, ¿de qué hablaron? De cosas casuales. ¿Qué pintaron? Chocitas y naturaleza tropical, sin perspectiva, ni manejo de los colores, de las proporciones, de la sombra, ni de ninguna instancia que pueda hacer valer como válido su obra.
            Visualmente, atraen a los nacionales y a los turistas. Pero la concepción actual, muy floja de lo que es arte, nos hace también gustar del mal llamado arte de los niños (dado que no hay ninguna intención fuerte en la producciones infantiles).

5. Conclusión: de si ser pobre es una condición del Ser, o de porque ser pobre no es una condicionante absoluta del Ser-en-Sí
            Al enfocar al pobre en permanencia desde su pobreza (hacer arquitectura para pobres, por ende con materiales baratos) es seguir definiéndole como pobre, y considerarle desde este valor, que no es uno (para retomar la metáfora de los cien táleros de Kant en Crítica de la Razón Pura - en el sentido que la bondad o maldad de una persona, lo que es, no depende de su situación, etnia, color, o religión, por pruebas las disputas eternas entre los pueblos negros de África, y las persecuciones de cualquier religión existente, incluyendo la atea, contra los que no creen en ella -), es continuar asumiendo una visión limitada de la humanidad de las personas. Así, al afirmar la raza cósmica, o la maldad del burgués, se continúa asumiendo que el individuo está predeterminado por sus formas de existencia. Si bien, hasta cierto punto, es cierto (será más fácil ser músico naciendo en una familia de músicos, que tocan y con instrumentos alrededor), no es cierto al cien por ciento. Así, si el burgués lo pierde todo, y si asumimos que es por esencia malo, ¿eso significa que llegará a ser bueno al perder todo? Si el pobre es enteramente bueno porque es pobre, ¿al llegar a un estado de bienestar, no perderá esta bondad?
            ¿Será cierto que los negros, por ser negros, no pueden ser racistas? ¿O que los judíos no pueden segregar? Sabemos (por los ejemplos de los Hutus y los Tutsis, como de la segregación contra los palestinos y hasta contra las mujeres en Israel) que es falso. El ser humano no se define por ser blanco u negro, rico u pobre, se define por su humanidad, su construcción, individual, sus actos. No preexiste como esencia colectiva en el ser individual: no exista La Mujer. Tampoco El Pobre o El No Occidental.

            Así, la xenofobia, interno, implícito, por ejemplo en la forma de contratación de las Universidades públicas en Nicaragua, donde, por consecuencia de los años 1980, durante los cuáles los llamados internacionalistas dirigían a menudo los Departementos, y en reacción a esto, es hoy prohibido a cualquier extranjero, aún siendo residente (y es ahí lo incorrecto) y profesor titular, presentarse para ser electo a un puesto de autoridad.